divendres, 24 d’agost del 2012

UN MUNDO DE CARICIAS...
“Si tuviera que elegir entre el dolor y la nada, posiblemente elegiría el dolor”. Quizás la sensación de no saberse amado, de no tener nada, de vivir en un vacío emocional, intelectual y sensorial es mucho peor que el dolor que, de alguna manera, nos indica que estamos vivos, pocas veces nos paramos a pensar que la vida es un intercambio que se produce a muchísimos niveles, no sólo en lo económico o a través de los procesos de comunicación, sino también mediante los estímulos, los signos de reconocimiento positivos o negativos que recibimos de los demás, ya sea en forma de caricias, miradas, gestos, broncas, gritos o silencios, todos ellos moldean nuestro interior y consecuentemente nuestra manera de entendernos, de construir una imagen del mundo y le dan un sentido a la vida.
Es obvio que no sólo vivimos de pan, ni tan solo de aire ni de agua, para sobrevivir, necesitamos el afecto, la ternura, la caricia, la mirada, la palabra, el gesto, el contacto del otro, ya que somos seres sociales por naturaleza y desde la fragilidad de nuestras primeras horas nos manifestamos como la especie que mayor necesidad tiene de que alguien le ampare, le cuide y le dé afecto, incluso hay quien sostiene que existe una necesidad innata para ese amor, para esa unión y  es que no solo necesitamos la caricia del otro, sino que sin ellas nos sentimos mal hasta el punto de poder enfermar e incluso morir.
El hambre de estímulos tiene tanta influencia en la supervivencia del organismo humano como el hambre de alimentos, cuando un ser humano no recibe la cantidad mínima adecuada para su supervivencia, entra en un proceso de enfermedad y muere, y esto puede ser válido a cualquier edad.
Que duda cabe que existe una correlación positiva entre la ternura, el cuidado y el afecto, nacemos hombres y mujeres pero nos llamamos humanos gracias a la caricia, al estímulo amable, a la ternura, a la compasión y a la gratitud.
Hoy sabemos que la falta de amor es la causa principal de una buena parte de las enfermedades psicológicas que no paran de ir en aumento en Occidente: desde la angustia, pasando por la depresión hasta la neurosis e incluso la psicosis nacen, en mayor o menor medida, de esta carencia, sin el trato amable no se satisface una necesidad fundamental que nos permite seguir sintiéndonos bien, experimentar la alegría y desarrollarnos: "Y es que sin amor es más difícil vivir."
Pero yendo más allá, las caricias son imprescindibles para sobrevivir,  si no las recibimos, se pone en marcha un mecanismo de supervivencia instintivo que nos lleva a demandarlas –a menudo de manera inconsciente- a cualquier precio y bajo esta premisa estamos dispuestos incluso a recibir “Caricias negativas” antes que no recibir ninguna caricia, o lo que es lo mismo, preferimos el dolor a la nada, la bofetada a la ignorancia, la pena al vacío, el grito a la apatía, el desprecio a la indiferencia.
Pero no solo sufre quien no recibe caricias, sino también quien no las expresa, las personas que no suelen manifestar sus emociones son más infelices y se sienten más aisladas, es más, aparentemente la supresión de la expresión de estas emociones no solo no reduce sino que hasta puede aumentar la experiencia de emociones negativas, como un disgusto, ansiedad, tristeza y vergüenza, por este motivo, las personas que suelen suprimir la expresión de sus sentimientos, generalmente manifiestan más experiencias negativas y menos positivas.
Y es que, sin duda, necesitamos de los demás, hay un intercambio fundamental más allá del económico y que es el principal motor de la vida, algo  esencial a partir de lo cual se construye la esperanza y dá sentido a nuestra vida... 
EL INTERCAMBIO DE CARICIAS...